Por Francisco José Francisco Carrera
La niña comía rayos de sol con la mirada,
La niña comía rayos de sol con la mirada,
acariciaba
con los labios el cemento,
sonreía
y canturreaba dulcemente:
era
feliz y se le notaba.
La
niña crecía cada día en hermosura,
no
en esa hermosura de revista y pose vano,
su
belleza simplemente consistía
en
ser feliz y demostrarlo.
La
niña sabía que el mundo era un teatro
y
que vivir era jugar a ser humano,
no
había olvidado que su origen
estaba
más allá de las estrellas.
Los
ojos de la niña conjuraban los colores
y
a veces, cuando hablaba,
su voz olía a hinojo y hierbabuena,
todo
en ella era belleza.
Y
cuando la niña se hizo mujer
el
universo fue su cuerpo,
un
mar infinito palpitaba
entre
sus senos
y
los ignotos rojos
de
sus labios
encendieron
cada
triste calle
con el fuego absoluto
de
la vida
y
el sabor
oscuro
y luminoso
que
otorga,
cuando
llega
de
repente,
la
pasión.
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